lunes, 22 de septiembre de 2008

IV. ¡Bienvenido a la oficina, Señor Morán!

Volvamos al relato de los hechos. Después de pasar un fin de semana de turismo, fiesta y cine al aire libre – os recomiendo a todos ver la genial película Control de Anton Corbjn, biografía de Ian Curtis, cantante de Joy Division. Me levanté tempranito el lunes 4 de agosto para dirigirme al Museo de la Ciudad y empezar mi primer día de curro. Como se suele hacer en estos casos, uno se pone su mejor camisa, se lava el pelo, se peina bien, se echa colonia y se afeita a contrapelo para intentar dar buena imagen. No contaba en aquel momento con mi némesis, la caló húmeda y contundente que convertía a la ciudad en una sauna finlandesa. A las 8:30 de la mañana, me presenté a la entrada del museo con unas manchas de sudor cojonudas en la camisa. Apenas un cuarto de hora de paseo entre la residencia y la oficina, y mi desodorante ya me había abandonado. Esto tampoco fue ningún drama porque el dress code entre mis compañeros es de todo menos estricto.


Mi jefa, Janja, me recibió con una sonrisa pese a que se le notaba una depresión postvacacional bastante aguda. Mi primera actividad del día fue darme un paseo por los distintos despachos, dando apretones de manos a la peña e intentando en vano acordarme de los nombres – algunos de ellos muy exóticos para mi – de mis futuros compañeros. Teniendo en cuenta la época del año, no me sorprendió que un cuarto de los despachos estuvieran vacíos. La gira culminó en la sala del café, un lugar con unas vistas estupendas sobre los tejados de Ljubljana con unos sofás blancos de cuero comodísimos y una máquina de hacer café que pasaría a ser una de mis mejores amigas en las semanas venideras. Aquí, mi jefa, muy ocupada y estresada como siempre, me dejó en manos de otros colegas. El primero con el que charlé fue Blaś el joven – para diferenciarlo de Blaś el megamandamás del museo. Este agradable carácter me dio la primera lección de supervivencia en la oficina: me enseñó a utilizar ese pedazo de máquina que hace una café güeno güeno que te cagas por la pata'bajo.


Aquí descubrí que la aplastante mayoría de mis compañeros tienden a la izquierda en lo político, son gente abierta a la que le gusta charlar sobre la historia de su país y no se toman la legislación antitabaco con excesiva seriedad. Digamos que me sentí enseguida como en casa. Lo de la prohibición de fumar en el puesto de trabajo es una historia curiosa. Desde el 1 de enero de 2008, los eslovenos tiene una de las leyes antitabaco más estrictas de la Unión Europea. El primer mes, mis compañeros se dedicaron a salir al patio del museo a fumar, perdiendo valioso tiempo y poniendo su salud en peligro debido al riguroso invierno de estas tierras. Al tiempo a alguien se le ocurrió que no pasaba nada si se fumaba en la ventana de la sala del café, y así se hizo. Un buen día, Blaś el director, se hizo un café, agarró el cenicero y se sentó a leer el periódico, pitillo en boca, en los comodísimos sofás arriba citados. La clase de tropa, fumadora en su mayoría, tomó ejemplo en su dirigente y decidió que las leyes deben hacerse para las personas y no las personas para las leyes.


En este agradable entorno conocí a algunos de mis compañeros: Allí estaban Borut, simpático posthippie recién regresado de sus vacaciones en Andalucía, y su no menos simpática asistente Vesna que me soltó “A ti te gusta el rock, ¿no?” nada más verme; Egon, algo tímido y con poca soltura en el inglés, pero uno de los que más cosas interesantes me ha contado sobre el museo y Eslovenia; Marja, encargada de publicidad del museo con un sentido del humor seco estupendo; y Janez, encargado de documentación que pasaría a ser uno de mis mejores compinches de maldades mientras me ayudaría a descubrir Ljubljana y el resto de Eslovenia.


Después de hacer una pausa sin haber empezado a currar todavía, me dirigí al despacho de mi jefa, a ver si empezábamos a discutir mis futuras tareas. Mi jefa me presento a Maja, una estudiante que, pese a estar cualificada para mucho más, hacía labores de secretaria. Mi jefa estaba hasta las patillas de curro, situación muy habitual en ella, y me mandó con Maja a dar un paseo por la ciudad y a almorzar algo. Maja, la mar de maja, se alegró un montón de poder cambiar la pantalla del ordenador por el aire libre y me hizo una visita guiada por el centro de la ciudad. Teniendo en cuenta que los dos estábamos en una situación similar en el museo y que nuestros despachos estaban pegados el uno al otro, acabaríamos siendo buenos amigos. De hecho, el verano que viene, estoy invitado a visitarla a ella y a su novio Miha, tío cachondo donde los haya, en Koper, al borde del Adriático.


Después de un día interesante pero que no puedo denominar de trabajo, volvía a la oficina con la esperanza de que mi jefa me diese tareas. Janna estaba a punto de irse a una reunión que tenía fuera del museo. Me dijo que ya discutiríamos mis tareas al día siguiente – lo que por suerte hicimos –, que me fuese por la noche al Trnfest o a Metelkova – osea, que me fuese de juerga un lunes (!) – y me soltó su palabra favorita para decirme que el “trabajo” se había acabado para mi por esa jornada: “Enjoy!”. Os puedo garantizar que lo hice.

jueves, 18 de septiembre de 2008

III. Lo bueno de tener prejuicios es cuando acabas con ellos

El titulo puede sonar algo pretencioso, pero es una frase que me encanta y que siempre he aplicado cuando he ido a países y regiones nuevas. Es casi imposible vivir sin prejuicios ya que estos surgen de forma automática e irracional. Lo peligroso es cuando gente los sistematiza y los convierte en algo solido que les sirva de estructura para relacionarse con los demás. (De mayor quiero ser filósofo...) En cualquier caso, siempre me alegra el conocer a gente que rompe los tópicos que se tiene de sus países en el extranjero. De la misma manera, me cabrea un montón muy grande cuando me encuentro con peña que cultiva esos tópicos que dan origen a los prejuicios: el hooligan inglés, el machito baboso italiano, el austriaco cerrado y nacionalista, el francés chovinista y prepotente o el español casposo y superficial, por poner sólo un par de ejemplos.

Pese a haber pasado los últimos 7 años de mi vida viviendo muy cerca de países eslavos, esta ha sido mi primera vez en uno de ellos. Para más inri se trata de Eslovenia, una república que pertenecía a la Yugoslavia federal de Tito. Por todos es sabido que los exyugoslavos tienen una tendencia algo preocupante a matarse los unos a los otros cuando surge la ocasión. Eslovenia viene a ser una excepción en este sistema. Cuando Yugoslavia se disolvía entre cenizas y sangre (...y si no me da para filósofo, al menos poeta.) los eslovenos llevaron a cabo una guerra contra el estado central que duró sólo 10 días y en la que a penas hubo unas pocas bajas militares. Pese a esto, para alguien que viene del Oeste europeo, los eslovenos no dejan de ser unos grandes desconocidos de los cuales se podría pensar: son europeos del Este, de los balcanes, exyugoslavos, nacionalistas, bebedores garrulos y, especialmente si uno asimila de forma involuntaria una pizca de la propaganda machacona de la extrema derecha centroeuropea, gentes con una cierta tendencia innata al comportamiento criminal. Ya en las primeras semanas conocí en Ljubljana a mucha gente que me fue convenciendo firmemente de lo contrario.

Antes de venirme tuve una interesante conversación con un amigo austriaco. Hablábamos de mi inminente viaje y el me preguntó que si había estado alguna vez antes en un país de Europa del Este. Yo le contesté que sí, en Austria desde hace casi un año. Él me mandó una mirada fulminante de odio. Lección número uno: nunca digas a un austriaco que viene de Europa del Este, aunque este viva en Graz, ciudad que pilla algo más al Este que Ljubljana. Es muy estúpido, pero las gentes tienden a ofenderse por este tipo de comentarios que, en si, sólo se refieren a la geografía. George W. Bush visitó Eslovenia hace un tiempo y, para variar, la cagó de marrón diplomático en un discurso: “Slovenia is the most beautiful country in the Balcans!”, soltó alegremente. Parte del Este de Eslovenia está situado en los Balcanes, pero a los eslovenos no les suele hacer mucha gracia que se les meta en el mismo saco que al resto de las naciones balcánicas. Aunque esto no tenga un fundamento demasiado sólido, alguien que haya visto las noticias y leído el periódico desde principios de los 90 hasta la fecha comprenderá las razones para ello.

El esloveno medio lo tiene muy claro: Eslovenia está en Centroeuropa. Y en el fondo no les falta razón. Por razones históricas y geográficas que puede que explique un día de estos en le blog, los eslovenos sólo tienen culturalmente un tercio de eslavos, pese a su nombre. Los otros dos tercios proceden de sus vecinos del Oeste y del Norte: Italia y Austria. Osea, los eslovenos son eslavos germanolatinos. La combinación suena algo estrambótica pero en el fondo funciona muy bien. De hecho, los eslovenos se han integrado gracias a ello sin problemas en la UE. Aunque algunos no lo sepan, en Eslovenia se paga con euros. En un día de excursión uno puede ir de los Alpes, a las típicas colinas centroeuropeas, a las llanuras de tipo húngaro y a la costa del Adriático. Es una paliza pero ya lo hice.

El hecho de ser un país pequeño no les ha hecho cerrarse al mundo. El hecho de mantener su lengua viva y con buena salud no les impide ser un pueblo bastante políglota, como ya explicaré en su momento. Puede que haya tenido suerte a la hora de conocer a gente, pero a penas me he topado con el tipo de personas que mi subconsciente esperaba encontrar. Lo cual, como ya dije, siempre es motivo de alegría y buen humor. Con toda seguridad, Eslovenia debe de estar llena de imbéciles – como todo lugar donde haya seres humanos, la estupidez es patrimonio de la humanidad – pero el secreto de que le vaya bien a uno es intentar encontrar a la buena gente allá donde vaya y pasar del resto. Y como dijo Albert Einstein:

“Es gibt nur zwei Dinge die unendlich sind: das All und die Dummheit der Menschen. Und bei dem All bin ich mich nicht ganz sicher.“

(Solo hay dos cosas que sean infinitas: el universo y la estupidez humana. Y del universo no estoy completamente seguro.)

miércoles, 17 de septiembre de 2008

II. Preliminares y llegada

Durante el mes de julio, en las pocas hora que no dediqué a los proyectos del máster, empecé a preparar mi viaje a Ljubljana. Era la primera vez que viajaba en mi vida a un país en el que hablasen un idioma del que no tuviese ni la menor idea. Por suerte hubo gente que me echó una mano mediante correos electrónicos. Primero estaba mi jefa, Janaja, que me puso en contacto con una chica que curra y estudia en la universidad llamada Maja – pronúnciese como la abeja de lo dibujos animados de nuestra infancia y no como maja de simpática, aunque también lo sea. Dicha moza me indicó dónde buscar alojamiento en Ljubljana. Por otro lado estaba Taja, media hermana de Ulla, compañera y sin embargo amiga mía del máster. Habréis pillado ya que por estos lares la J se pronuncia como una I. Taja no se llama así por que pegue muchos tajos. Esta chica o señora – ¿cómo refirme a una mujer casada y con niña, de 35 años, pero con una mentalidad joven y abierta? – que se dedica a las artes plásticas, se ofreció a enseñarme la ciudad y a ayudarme en el proceso de integración en la sociedad eslovena. Gracias a esta gente no tuve la sensación de adentrarme en un terreno completamente misterioso.

Para solucionar lo del alojamiento me decidí a pedir plaza en uno de los colegios mayores de Ljubljana que se encuentran cerca del centro y, por consiguiente, del museo. Primero mandé un emilio preguntando si era posible obtener dicha plaza entre el 1 de agosto y el 2 de octubre. La respuesta a mi correo fue la siguiente: “Si. Su habitación está reservada.” Después de haber vivido en mis carnes la dura experiencia burocrática de luchar por hacerse con una plaza así, primero en Alemania y luego en Austria, esté correo me dejó boquiabierto. Esto especialmente teniendo en cuenta que no soy estudiante de la Universidad de Ljubljana y mis prácticas no forman parte de ningún proyecto de intercambio europeo. Veloz, contesté planteando una serie de preguntas bastante lógicas: ¿Dónde está la habitación? ¿Cuánto cuesta? ¿No necesitan algún documento mio de antemano? ¿No tengo que firmar un contrato con ellos y pagar una fianza antes de llegar? La respuesta no fue mucho más larga esta vez: “Dom II (bloque 2). 95€ al mes. No, traiga simplemente consigo su carnet de estudiante y preséntese el 1 de agosto antes de las 15:00 horas en la recepción.” Las dudas sobre si este intercambio de emilios era o no algo serio me durarían hasta las 14:30 horas del 1 de agosto.

La siguiente buena noticia, después de experimentar que los eslovenos no han heredado la burocracia germánica, me llegaría en una conversación con mi buen amigo Stefan – antiguo compañero de fechorías en mis años en Bayreuth. Resulta que, pese a vivir desde hace un tiempo en Glasgow, Stefan iba a pasarse por motivos laborales dos veces por Ljubljana durante mi estancia. El diablo sentado sobre mi hombro izquierdo sonrió, la palabra “¡Fiesta!” apareció tatuada sobre mi frente y Franz Ferdinand empezaron a sonar en mi cabeza “We're gonna burn this city! Burn this city!...”.

De buen humor y con grandes expectativas me despedí en la mañana del día 1 de agosto de Graz y tomé el tren hacia Ljubljana. Después de casi cuatro horas para realizar un trayecto que, en coche, se hace en poco más de dos, mi buen humor había descendido un poco. Pese a ello, llegué sano y salvo a la estación central de Ljubljana.

Aquí empezaría un mal rollo que duró hasta las 5 de la tarde. Si bien Ljubljana es una ciudad la mar de gonita y francamente, su estación central debió de ser construida en los años 70 y es un ejemplo de lo más feo y tercermundista que la arquitectura soviética ha parido. La caló húmeda y chunga que hacía me puso a sudar como un cochino jabalín. El taxista que me llevó a la residencia me dio un paseo por Ljubljana y me cobró el doble de lo que debería, por turista – hay cosas que son las mismas en todos los países del mundo.

Tardé casi 20 minutos en encontrar la recepción en un complejo compuesto por 18 edificios más parques y pistas deportivas, todo ello cargando con el maletorro y bajo la caló sevillana de la que hablé antes. Cuando finalmente llegué a mi destino, me encontré con que el tipo que se encargaba de la recepción tenía la cabeza rapada y llevaba una camiseta que rezaba “Blood and Honour – Division Slovenia” (para el que no lo sepa, B&H es la organización internacional más importante de boneheads neonazis). En Alemania y Austria el simple hecho de llevar una camiseta así en público va en contra de la ley. Os podréis imaginar que la visión de tal imbécil en la recepción de una residencia universitaria me dejó los pelos de la cabeza rizados y los del pubis lisos. Menos mal que el idiota me dio las llaves de mi habitación y me dijo que volviese el lunes o el martes para firmar el contrato y pagar. ¡Me dan las llaves de un cuarto y lo único que tienen de mi es una dirección de correo electrónico de Yahoo! El cuarto: grande, cómodo, con ropa de cama aunque trajese la mía en la maleta, con tele aunque sólo con canales en esloveno y sin ningún utensilio de cocina. ¡Vivan los bocadillos y las latas!

Pero tras esta serie de hechos desafortunados el día iba a cambiar bastante. Era viernes y mi colega Stefan estaba en la ciudad. Quedamos a las 17:00 horas en el centro, en la Preśeren Trg. Trg – no me he olvidado de las vocales, es que no tiene – significa plaza, y Preśeren es el poeta nacional esloveno. Tres descubrimientos me alegraron mucho: A diferencia de los alemanes, los eslovenos saben hacer buen café y lo venden a precios decentes; no es necesario hipotecar todas tus pertenencias para comprar un paquete de tabaco por estos lares; y la cerveza, si bien no se la puede comparar con la que se hace en Franconia o Chequia, está rica y a bastante buen precio también. Ya dedicaré un capítulo a las drogas legales un día de estos.

Deambulamos toda la tarde por el pequeño y sin embargo maravilloso centro de Ljubljana parándonos en terracitas de vez en cuando y, al caer la noche, empezamos a diseñar un plan de operaciones juerguisticas. Al final nos decidimos por irnos al Trnfest – festival alternativo de verano que se merece su propio capítulo – por que había un concierto de unos exyugoslavos emigrados a Yanquilandia que tocaban una mezcla de punk hardcore y folk balcánico. Buen concierto, buen ambiente, gente maja y abierta,...

Cuando me tumbé en la cama a altas horas de la madrugada recordé que Angelika, mi querida novia, me había dicho unos días antes de mi viaje que me envidiaba, que seguro que iba a conocer a un montón de peña y pasármelo muy bien. Yo le contesté que no exagerase, que me iba a Ljubljana a currar y que el idioma iba a ser un problema. Como suele ser habitual, Angelika tenía razón y y o estaba equivocado.

I. ¿Qué se me ha perdido en Ljubljana?

El 20 de junio del año 2008 de nuestra era participé en una excursión con mis compañeras (sic) austriacas de máster del universo a la ex-austrohúngara y ex-yugoslava ciudad de Ljubljana, capital de la república de Eslovenia. El objetivo principal de nuestra visita era realizar una visita VIP del Museo de la Ciudad. Tanto el museo como la ciudad y como la gente que por allí reside fueron de mi agrado. Tras la experiencia, corta pero intensa, y volviendo en el autocar a la graciosa ciudad de Graz, sucedió algo que no me pasa a menudo, y me dio por pensar.

El verano se me planteaba bastante tranquilo: tras buscar unas prácticas en Alemania o Austria hasta debajo de las piedras, y sin tener un ápice de éxito, iba a pasar las dos primeras semanas de agosto en la wagneriana Bayreuth (patria querida) para luego ir a Valladolid y pasar un mes en casa de mis padres sin hacer nada productivo. Se me ocurrió que podría pedir unas prácticas en el Mestni Muzej Ljubljana – así le dicen al museo en lengua eslava – para agosto y septiembre. Estaba bastante claro que, con poco más de un mes de antelación, nadie iba a conceder unas prácticas a un estudiante greñudo que por aquel entonces no sabía ni dar las gracias en esloveno – aunque tampoco es que ahora sepa mucho más. Pero pedir por emilio viene siendo gratis e intentar conseguir prácticas por enésima vez calmaría mi conciencia de cara a un verano dedicándome a no hacer nada.

La vida funciona de manera caótica y extraña, y tiende a servirte las cosas en bandeja cuando has dejado de quererlas o buscarlas realmente. Resulta que mi futura jefa, Doña Janja Riboli, tiene cierto espíritu aventurero, participa en un grupo intereuropeo que analiza el fenómeno del voluntariado en instituciones culturales y se acordaba de haber hablado conmigo durante la excursión – normal, siendo el único hombre en un grupo de 14 personas. Toda esta constelación de coincidencias, hechos y factores, llevó a que me diesen unas prácticas en un sitio del que, hasta hacía unos meses, sólo conocía cierto grupo musical vanguardista del que hablaré más tarde. Me até la manta a la cabeza una vez más y empecé a prepararme para la experiencia.

¿Es Lovenia? Si Slovenska!

Queridos lectores:

A continuación se irán publicando capitulillos sobre las experiencias del menda en tierras eslovenas. Espero que sea didáctico a la par que lúdico.

Una-brazo del oso

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