Volvamos al relato de los hechos. Después de pasar un fin de semana de turismo, fiesta y cine al aire libre – os recomiendo a todos ver la genial película Control de Anton Corbjn, biografía de Ian Curtis, cantante de Joy Division. Me levanté tempranito el lunes 4 de agosto para dirigirme al Museo de la Ciudad y empezar mi primer día de curro. Como se suele hacer en estos casos, uno se pone su mejor camisa, se lava el pelo, se peina bien, se echa colonia y se afeita a contrapelo para intentar dar buena imagen. No contaba en aquel momento con mi némesis, la caló húmeda y contundente que convertía a la ciudad en una sauna finlandesa. A las 8:30 de la mañana, me presenté a la entrada del museo con unas manchas de sudor cojonudas en la camisa. Apenas un cuarto de hora de paseo entre la residencia y la oficina, y mi desodorante ya me había abandonado. Esto tampoco fue ningún drama porque el dress code entre mis compañeros es de todo menos estricto.
Mi jefa, Janja, me recibió con una sonrisa pese a que se le notaba una depresión postvacacional bastante aguda. Mi primera actividad del día fue darme un paseo por los distintos despachos, dando apretones de manos a la peña e intentando en vano acordarme de los nombres – algunos de ellos muy exóticos para mi – de mis futuros compañeros. Teniendo en cuenta la época del año, no me sorprendió que un cuarto de los despachos estuvieran vacíos. La gira culminó en la sala del café, un lugar con unas vistas estupendas sobre los tejados de Ljubljana con unos sofás blancos de cuero comodísimos y una máquina de hacer café que pasaría a ser una de mis mejores amigas en las semanas venideras. Aquí, mi jefa, muy ocupada y estresada como siempre, me dejó en manos de otros colegas. El primero con el que charlé fue Blaś el joven – para diferenciarlo de Blaś el megamandamás del museo. Este agradable carácter me dio la primera lección de supervivencia en la oficina: me enseñó a utilizar ese pedazo de máquina que hace una café güeno güeno que te cagas por la pata'bajo.
Aquí descubrí que la aplastante mayoría de mis compañeros tienden a la izquierda en lo político, son gente abierta a la que le gusta charlar sobre la historia de su país y no se toman la legislación antitabaco con excesiva seriedad. Digamos que me sentí enseguida como en casa. Lo de la prohibición de fumar en el puesto de trabajo es una historia curiosa. Desde el 1 de enero de 2008, los eslovenos tiene una de las leyes antitabaco más estrictas de la Unión Europea. El primer mes, mis compañeros se dedicaron a salir al patio del museo a fumar, perdiendo valioso tiempo y poniendo su salud en peligro debido al riguroso invierno de estas tierras. Al tiempo a alguien se le ocurrió que no pasaba nada si se fumaba en la ventana de la sala del café, y así se hizo. Un buen día, Blaś el director, se hizo un café, agarró el cenicero y se sentó a leer el periódico, pitillo en boca, en los comodísimos sofás arriba citados. La clase de tropa, fumadora en su mayoría, tomó ejemplo en su dirigente y decidió que las leyes deben hacerse para las personas y no las personas para las leyes.
En este agradable entorno conocí a algunos de mis compañeros: Allí estaban Borut, simpático posthippie recién regresado de sus vacaciones en Andalucía, y su no menos simpática asistente Vesna que me soltó “A ti te gusta el rock, ¿no?” nada más verme; Egon, algo tímido y con poca soltura en el inglés, pero uno de los que más cosas interesantes me ha contado sobre el museo y Eslovenia; Marja, encargada de publicidad del museo con un sentido del humor seco estupendo; y Janez, encargado de documentación que pasaría a ser uno de mis mejores compinches de maldades mientras me ayudaría a descubrir Ljubljana y el resto de Eslovenia.
Después de hacer una pausa sin haber empezado a currar todavía, me dirigí al despacho de mi jefa, a ver si empezábamos a discutir mis futuras tareas. Mi jefa me presento a Maja, una estudiante que, pese a estar cualificada para mucho más, hacía labores de secretaria. Mi jefa estaba hasta las patillas de curro, situación muy habitual en ella, y me mandó con Maja a dar un paseo por la ciudad y a almorzar algo. Maja, la mar de maja, se alegró un montón de poder cambiar la pantalla del ordenador por el aire libre y me hizo una visita guiada por el centro de la ciudad. Teniendo en cuenta que los dos estábamos en una situación similar en el museo y que nuestros despachos estaban pegados el uno al otro, acabaríamos siendo buenos amigos. De hecho, el verano que viene, estoy invitado a visitarla a ella y a su novio Miha, tío cachondo donde los haya, en Koper, al borde del Adriático.
Después de un día interesante pero que no puedo denominar de trabajo, volvía a la oficina con la esperanza de que mi jefa me diese tareas. Janna estaba a punto de irse a una reunión que tenía fuera del museo. Me dijo que ya discutiríamos mis tareas al día siguiente – lo que por suerte hicimos –, que me fuese por la noche al Trnfest o a Metelkova – osea, que me fuese de juerga un lunes (!) – y me soltó su palabra favorita para decirme que el “trabajo” se había acabado para mi por esa jornada: “Enjoy!”. Os puedo garantizar que lo hice.